Blogia
Dante Abad Zapata

Testimonio de un adulto que fue un niño trabajador

Testimonio de un adulto que fue un niño trabajador

El trabajo es una de las principales herramientas para vivir con dignidad

Por: Dante Abad.

 

Entre sus recuerdos de infancia, están esas imágenes de un niño de 3 años que llora a la luz de un mechero, diciéndole a su abuela “tengo hambre” y la abuelita respondía “hijo hoy no habido trabajo, mañana te hago un buen desayuno” y aquel niño se dormía con la idea que por culpa del trabajo no hay comida.

 

Es por ello cuando el niño creció un poco más, ya a los 5 años, por iniciativa propia comenzó a acompañar a su tío, al taller de mecánica automotriz, al comienzo se encargaba de la limpieza del taller, limpiaba y ordenaba las herramientas, hacia los mandados, y sobre todo estaba pendiente para cuando se realizaran los primeros cobros, correr a la casa de su abuelita y dejar el dinero para el diario “parar la olla”.

 

El creció en el departamento de Piura, juntos a sus abuelitos, tíos y primos, en una familia muy unida, donde se respiraba un ambiente de amor, pero que a pesar de que todos los adultos trabajaban siempre faltaba el dinero en casa, muchas veces se pasaba  días enteros sin comer, en una ocasión, cuando cursaba el segundo grado de primaria, unos de sus compañeros de clase se desmayo en el lunes de formación, entonces escucho a la profesora decir: “Se a desmañado porque seguro que no a tomado desayuno”, entonces el, en una muestra de alarde y de sincera inocencia  dijo: “como yo a veces hasta dos días seguidos que no como y no me desmayo”, la profesora se llevo sus manos a sus ojos, entonces pudo ver que los ojos de la profesora se ponían rojos y comenzaba a salir un liquido de sus ojos.

 

Ya a los nueve años los taxistas clientes del taller de mecánica, le decían: “ya tiras en mecánica”, es decir podía desarmar un motor, detectar las fallas y hablar como habla un maestro mecánico adulto, el se sentía orgulloso, y comenzó hacer parte de ese mundo adulto, se sentía uno de ellos, no había tiempo para jugar con los niños de su edad, el también ya había olvidado como eran los juegos, solo quería crecer rápidamente con la idea de que los adultos ganaban más dinero y de esa forma nunca más faltaría la comida en su hogar.

 

Trabaja de mañana y estudiaba en las tardes, a las 12.30 de la mañana salía a toda prisa del taller, el portón del colegio lo cerraban a la 1.15 pm, el tenia que bañarse, comer algo, si había, y enrumbar de frente al colegio, era la rutina de lunes a viernes, en clase escuchaba con atención a sus maestros, resolvía las tareas en el aula, y a la hora del recreo muchas veces intentaba lo imposible, que el portero le de permiso para poder ir a comer algo a casa, pero las normas son las normas y aunque las tripas protestaran esperaba asta las 6.15 de la tarde para disgustar las delicias que como nadie más su abuelita preparaba.

 

Vino a Villa el Salvador a los 15 años, llego una mañana a las 9.00 de la mañana, a acostumbrado a trabajar, alas 9.20 del mismo día ya había conseguido trabajo en un taller de mecánica, aquí en Villa El Salvador sintiendo que el trabajo de un menor era algo así como un delito, Tu eres menor de edad, los de la municipalidad y los de la policía pueden venir a molestar” le dijeron en uno de los locales donde trabajo, entonces tuvo que ir a sacar algo que no era la primera ves que escuchaba “un carnet de sanidad” cosa rara para el ya que había escuchado a los chóferes que las meretrices tenían carnet de sanidad, a el para que le serviría,

 

Cuando fue al local municipal, observo mucha gente mal humorada que al parecer tenia prisa,  el no sabia donde dirigirse ni a quien preguntar, se acerco a indagar lo mandaron a la área de sanidad,  ahí sostuvo lo que podría llamarse una conversación con alguien que nunca le vio la cara porque le contestaba de espaladas mientras manipulaba unos frascos de laboratorio “para carnet de sanidad tiene que venir temprano, hacer cola a las 7.30 de la mañana, traer sus muestras de análisis, tomarse su foto y hacer el pago correspondiente”, cosa muy sencilla pero que a el le pareció como decimos “un mundo” entonces se dirigió a sentarse en las escaleras de la otrora Plaza de la Solidaridad, y contemplo el edificio municipal, sintiéndose agredido por esta institución se dijo mentalmente “al final si no saco el carnet ese que me van hacer estos, no hay derecho a que les entregue mi plata y encima me tomen fotos como si fuera un delincuente”. Por no tener el carnet en el taller de mecánica le pagaban menos, ya había escuchado en su Piura que los limeños eran unos “vivos”.

 

El tiene en la actualidad tiene 37 años de edad, relatando este breve testimonio se a dado cuenta que desde los cinco años a trabajado sin descanso, el no conoce lo que se llama vacaciones pagadas, algún día de repente goce de ellas, mientras tanto un sentimiento de solidaridad y de ternura lo inmunda, al escuchar la voz de un niño anunciando la venta de pan, ya convertido en adulto le vienen pensamiento contradictorios, el desea salir darle una palabra de aliento a aquel niño vendedor y comprar el pan para su hogar, pero ahora “concientizado” sabe que ello seria como alentar el trabajo infantil, pero se cuestiona al mismo tiempo, ¿acaso aquel niño vendedor de pan no tiene el derecho a la oportunidad de ganarse la comida nuestra de cada día.?

 leyendo los artículos de su vecino Luis García, escritos en Amigos de Villa, ha recordado su dura infancia, y no puede dejar de darle algo de razón, muchas veces perseguimos a las victimas y nos olvidamos de condenar a los victimarios, quien afirme en el Perú que los niños son primeros estaría diciendo una gran mentira, el trabajo infantil es una cruda realidad e increíblemente una necesidad, porque si hay algo tan importante como la vida es vivir con dignidad, y gracias al trabajo, millones de niños hacen valer ese derecho.

0 comentarios