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Dante Abad Zapata

Dante Lee

De relatos e historias del dantesco Dante

Por: Dante Abad danteabad@hotmail.com

 

Tenía 3 años de edad, aun no asistía a la escuela, pero me gustaban los libros, leía sus dibujos y fotografías,  me gustaban sobre todo los de paisajes y animales, me trasportaban a lugares maravillosos e imaginaba como vivían los animales, mi libro preferido era una gran biblia ilustrada con imágenes de la creación del mundo y muchas cosas más.

 

La única dificultad era que el libro era de mi abuela y lo cuidaba como el mayor de sus tesoros, era el único texto, que en casa estaba prohibido de coger, pero siempre me las ingeniaba para disfrutar de sus ilustraciones, de hojas grandes y dibujos a todo color.

 

Mi abuelita era una mujer muy creyente, a diario rezaba y parecía que conversaba con Dios mismo, su fe era fuerte, a pesar de haber tenido una infancia inmerecida, ella por su condición de mujer, al igual de millones de mujeres sufrió la violencia del machismo, sus padres jamás la  matricularon en la escuela, le decían: “… Para que vas estudiar, cuando te cases  tu esposo te va a mantener”, igual que mis bisabuelos, muchos adultos pensaban de esa forma en aquella época, mi abuela me contaba que un día, por su iniciativa, fue a la escuela del barrio, en el primer aula abierta que encontró ingreso, saludo a la maestra y se sentó en una carpeta, ansiosa para formar parte de la clase,  la maestra al verla le pregunto: ¿qué haces aquí?, ella muy firmemente le respondió: “Quiero aprender”.

 

Trabajo desde niña, y a pesar de sus escasas oportunidades; ya de joven en una de las casas que trabaja, le conto a la señora que le gustaría aprender a leer, su “patrona” que le tenía cariño, tuvo la generosidad de enseñarle, y a pesar que nunca aprendió a escribir, se convirtió en una gran lectora.

 

A mí me gustaba contemplar leer el periódico, se daba cuenta que la observaba y compartía su lectura en voz suave,  trabaja de sol a sombra: en la casa, con el lavado ajeno, cocinando unos dulces para la venta, tenía escasa horas de descanso, dedicados siempre a la oración o a la lectura.

 

Cierto día yo pensaba que estaba trabajando, y me dirigí donde se encontraba mi libro  preferido, justo que lo estoy tomando e ingresa mi abuela,  sentía que estaba haciendo algo no tan correcto, y entre el libro y mi abuelita, la biblia termino en el suelo… a mi abuela casi se le sale el corazón, “Muchachito del demonio, me dijo mi abuelita, como vas a jugar con la biblia”. Mi abuelo que era una persona muy recta, había observado lo que pasaba,  se acercó a nosotros, yo estaba muy entristecido y avergonzado, espera también el reproche de mi abuelo pero me sorprendieron sus palabras: “Mujer deja al muchachito”. Mi abuelo estaba molesto, pero no con migo sino con mi buena abuela. Yo me sentí peor.

 

Mi abuelo era una persona que le gustaba la justicia, aunque muy autoritario, su palabra era ley que nadie discutía en casa, ya era un jubilado con muchos problemas de salud, y aun así siempre se preocupaba para que no faltara el pan en la casa.

 

Sin mediar más palabras, mi abuelo se dirigió al amplio corral de la casa, donde había una ruma de palos viejos, y en unas horas de aquellos palos que parecían inservibles construyo una pequeña mesa y un banquito, puso ambos muebles en la sala y acto seguido coloco en la mesita cuanto papel con tinta encontró: libros, revistas y periódicos. “Muchachito ven, me llamo mi abuelo, esta mesa es para ti, para que puedas leer y aprendas, tu no vas hacer un burro como yo”.

 

Mi abuelo era bastante severo consigo mismo, era un gran carpintero, como me lo acaba de demostrar, además de ser un buen observador, gustaba sentarse en un antiguo sofá y desde la puerta de la sala, ver pasar a la gente, sabia casi el nombre de todos y sus historias, como si cada persona fuera un libro abierto que él sabía leer, narraba las historias como si fueran cuentos, era muy detallista en cada descripción y siempre con buen sentido del humor.

 

Mis abuelos marcaron positivamente mi vida, yo aprendí a leer y disfrutar de la lectura, gracias a ellos, y ahora que ya partieron de este mundo, cada vez que disfruto de mis lecturas, los siento junto a mí y hasta  me provoca leer en voz suave, para que me escuche mi abuelita, y en mis momentos de soledad escucho a mi abuelo decir: “Dante lee.

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